Cada vez que hago Borscht, echo la vista atrás y recuerdo mis años viviendo en Berlín. Abrigada de pies a cabeza, por capas como una cebolla. Aquel frío penetrante traspasaba los poros de mi piel, se colaba entre mis huesos y volvía a salir entre las uñas de mis dedos con un dolor punzante. Pero aquel frío que adormecía mis articulaciones tenían su recompensa.
Desde la calle, montada en mi bici, veía y sentía a través de los ventanales el calor acogedor de cafés y restaurantes, iluminados con el tímido brillo de las velas… Casi podía masticar el aroma de los “kuchen” y los tazones de “milch kaffe”.
Yo seguía pedaleando, sin titubear, ilusionada porque a la vuelta de la esquina, en unos minutos, podría sentarme a disfrutar del reconfortante calor de una sopa de remolacha vegana. Si, Gorki Park, era mi sitio predilecto, el ambiente, sus panes, sus blinis rellenos, pero sobre todo su borscht ruso…
Sin duda, el recuerdo evocador de aquella simple sopa, ha calado en mi memoria y ocupa un poderoso lugar en mí, con un fuerte valor simbólico. Es mi sopa, mis recuerdos, pero también mis apegos.
Los apegos o enganches emocionales a determinados alimentos puede ser un arma de doble filo, pudiendo llevar a confusión e interpretar cómo bueno un alimento qué no lo es.
Nuestra manera de ver la comida está sin duda condicionada por nuestra manera de ver el mundo. Cada vivencia cuenta, cada estímulo, aquello que vemos, lo que nos dicen.
El aprendizaje y la observación es nuestra tarea pendiente, mirar hacia dentro y comprender por qué comemos, cuándo comemos y qué comemos. Solo así seremos dueños de nuestras elecciones. La conciencia través de la alimentación es fundamental para descartar aquellos que nos perjudica y mantener todo aquello que nos potencia.
Preparación
En una olla grande, calentamos el aceite de oliva, agregamos la cebolla picada, el puerro, el apio, las zanahorias y la hoja de laurel. Cocinamos durante 5 minutos revolviendo frecuentemente.
Añadimos el ajo, la remolacha y el caldo. Dejamos cocer a fuego lento durante unos 20 minutos.
Incorporamos la lombarda, las azukis y cocinamos a fuego lento durante 15 minutos, hasta que esté tierna la lombarda y el resto de ingredientes.
Sazonamos con sal marina pimienta negra y el de vinagre de manzana. Apagamos el fuego y dejamos reposar 30 minutos.
Servimos con abundante eneldo fresco picado y una cucharada de yogur de coco.